La Cuaresma-Del 22 de febrero al 6 de abril

P. Óscar Tulio Londoño, CJM. Vicario de la Parroquia Santa María del
Paraíso.

La Cuaresma

Del 22 de febrero al 6 de abril

De Luz a Luz

“De sol a sol te tengo presente en mi mente… (Tú) eres la luz que alumbra mi vida… día a día crece mi amor para ti”, cantaban otrora (1996) ciertos chicos (Salserín). Ciertamente que ellos no estaban pensando en el Prólogo del Evangelio de Juan (1, 1ss):
“Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios… Todo fue hecho por medio de ella, y nada de lo que existe se hizo sin ella. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, pero las tinieblas no la vencieron… La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre… Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a los que la recibieron, a los que creen en su nombre, les dio poder de llegar a ser hijos de Dios. Estos no nacieron de la sangre ni por deseo y voluntad humana, sino que nacieron de Dios”.
Bien, repitámoslo, ellos no estaban pensando en el Prólogo del Evangelio de Juan, y, ciertamente, no tenían por qué hacerlo, pero nosotros sí lo estamos haciendo, y dicho Prólogo, y también un poco las afirmaciones de su canto, indicadas supra, nos inspiran lo siguiente: De Luz a Luz; de una Luz conocida a una Luz por conocer.

De una Luz conocida, esto es, la LUZ manifiesta en el primer tiempo fuerte del año litúrgico (Adviento-Navidad) y que nos ha dejado la Gracia propia de dicho tiempo, en términos del profeta Isaías (9, 5): «Un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado. La soberanía reposa sobre sus hombros y se le da por nombre: “Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre para siempre, Príncipe de la paz”». En ese niño, la Palabra hecha carne que ha puesto su morada entre nosotros (Juan 1, 14), hemos pedido la gracia, nosotros ya adultos como el magistrado judío Nicodemo, que fue a visitar a Jesús de noche (Juan 3, 1ss), de nacer de nuevo; ese nacer de lo alto; ese nacer del agua y del Espíritu, para poder entrar en el Reino de Dios.
En ese niño, “Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre para siempre, Príncipe de la paz”, el Papa Francisco, en la persona de los diplomáticos acreditados ante la Santa Sede, nos ha hecho un serio llamado a comprometernos con la Paz(véase: Discurso del Santo Padre Francisco a los miembros del Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, 9 de enero de 2023).
De esta Luz quizá conocida, en tanto que “vino a los suyos, y los suyos no la recibieron”, a una Luz por conocer, esto es, la Luz manifiesta en el segundo tiempo fuerte del año litúrgico (Cuaresma-Pascua),

 que nos dejará la Gracia de la Resurrección y la Vida Eterna, a cuya base está el aceptar, como dato fáctico, nuestra transitoriedad, nuestra temporalidad, nuestra caducidad. Siguiendo con Juan: “Vean qué amor tan grande nos tiene el Padre al llamarnos hijos de Dios, y en verdad lo somos… Queridos, ahora somos hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es” (1 Juan 1, 1-2).
Entre esos dos tiempos, Adviento-Navidad, Cuaresma- Pascua, en los cuales la Iglesia, como buena madre, nos invita a contemplar el Misterio de la Encarnación y de la Pasión-Muerte-Resurrección de Jesús, respectivamente, y a abrirnos, pues, a la Gracia de Dios para cada tiempo, transcurre el tiempo ordinario, tiempo de discipulado, tiempo de seguimiento de “Jesús, Mesías, Hijo de Dios” (Marcos 1, 1), en el cual deberá entonces día a día crecer nuestro amor por Él, como cantaban los chicos de Salserín a un amor más circunstancial, más de ensoñación, más pueril… “día a día crece mi amor para ti”.

Próximos al tiempo de la Cuaresma, cerramos estas breves observaciones con esta elevación de san Juan Eudes (s. XVII) que la podemos encontrar en el libro “Oremos con San Juan Eudes” (págs. 93-94).

Jesús, santificador de los tiempos, te adoro como el autor del santo tiempo de Cuaresma y como la fuente de la gracia que en él se encierra.
Adoro los designios que en esta Cuaresma tienes sobre la Iglesia, sobre esta comunidad (parroquia, familia) y especialmente sobre mí.
Es tiempo de conversión, de gracia y bendición.
Durante él me quieres conceder favores especiales.
Haz que no ponga obstáculo a tu acción.
Quiero, Señor, emplear esta Cuaresma como la última de mi vida.
Pasaste tu retiro en el desierto, en la soledad, alejado de toda compañía, en silencio perpetuo, en oración continua, en penitencia rigurosa, ayunando, durmiendo en duro lecho, sufriendo muchas privaciones.
Quiero amar, contigo y por tu amor, la soledad, el silencio, la oración y la penitencia.
Concédeme que me prive de toda palabra ociosa y ponga mis delicias en encontrarme contigo en la oración, y practicar por tu amor alguna penitencia.
Que yo pase este tiempo y el resto de mi vida en el servicio de mi Dios y de mi prójimo haciendo tu divina voluntad.
Amén.

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