Domingo de Pascua
Fiesta 20 de abril
Domingo de Pascua
¡Jesús vive!
San Juan 20, 1-9.

“Entonces entró también el otro discípulo que había llegado antes al sepulcro, vio y creyó”. El amor por el maestro de María Magdalena, Juan y Pedro no ha desaparecido después de su muerte. Su fe y su fidelidad son recompensadas con una alegría que los acompañará por siempre.
¿Cómo habrá sido la Resurrección de Jesús? ¿De qué manera sus miembros desgarrados por la Pasión habrán vuelto a la vida, transformándose en un cuerpo glorioso? No lo sabemos: los únicos testigos de este maravilloso evento han sido el sepulcro, los lienzos y el sudario. Estos testigos mudos son los primeros que anuncian que algo totalmente nuevo ha ocurrido.
Juan es el primero en escuchar el mensaje de los lienzos y del sudario. Unos días antes había sido el discípulo valiente que permanece firme al pie de la Cruz, junto al Maestro. Ahora, es el discípulo que corre hacia el sepulcro para buscar al Señor. El mismo que sabe ser paciente en el momento de la prueba es el que se mueve con diligencia durante la búsqueda. Una misma es la fuerza que lo sostiene en todas las situaciones: el amor por el Señor. Y ese amor no queda sin recompensa: Dios le concede una gracia especial para leer en los lienzos plegados y en el sudario enrollado el mensaje más luminoso de toda la Historia: ¡Jesús vive!
Pero Juan no es el único que corre en la mañana del Domingo de Pascua. Antes que él ha corrido María Magdalena. En ella la fuerza del amor también es muy intensa. El cariño por el Señor hizo que se levantara temprano, de madrugada, para servirlo de una manera totalmente desinteresada. Ella solo ha querido tener un último detalle con Jesús, sin esperar nada a cambio. Y será la primera en contemplar al Señor en su gloria, y anunciar a la Iglesia que Él vive.
También Pedro sabe correr. Él ha sido un poco más lento para llegar al sepulcro. No tiene la impaciencia de María Magdalena ni la agilidad de Juan. Pero ha llegado al sepulcro y es el primero en recibir las señales de la Resurrección -los lienzos y el sudario- por más que tarde en creer. Quizá porque la herida que lleva es más profunda: al dolor de la muerte del Maestro se añade el recuerdo de haberlo abandonado durante la Pasión. A pesar de todo, también ha sabido correr. El amor no ha desaparecido: es como una lucecita que tímidamente se va abriendo paso.
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