Sábado Santo
Fiesta 19 de abril

San Lucas 24, 1-12
Sábado Santo
María, Virgen y Madre
Al pie de la Cruz
“Junto a la Cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María la mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Después dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquel momento, el discípulo la recibió como suya”. Juan 19,25-27.
María, junto a la Cruz, “estaba”. Otros no estaban, habían huido. Otros estaban físicamente, pero muy lejos espiritualmente. Ella estaba, bien cerca.
Estaba en pie. Estaba serena y con toda dignidad. Podía gritar, rebelarse, rasgar sus vestidos, como tantas mujeres y madres. Pero ella sabía que eso no servía, ella asumía todo el dolor del Hijo como suyo.
Allí estaba, no crucificada, pero sí traspasada por la espada del dolor. Y estaba ofreciendo su dolor con el dolor del Hijo.
Virgen de Piedad
No tenía apariencia ni presencia (…). Eran nuestras dolencias las que llevada (…). Él soportó el castigo que le trae paz, y en sus cardenales hemos sido curados (…). Como un cordero llevado al matadero y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, él no abrió la boca. Isaías 53,2.4-5.7
María, con su Hijo en brazos ofrecía a su Hijo. Es la mujer oferente. Ya lo hizo, anticipándose a este momento, en la Presentación.
El amor maternal de María no era posesivo, sino oblativo. Ninguna ofrenda más santa y ninguna patena más limpia. No entiende del todo por qué tenía que ser así, pero acepta la voluntad del Padre.
Es la Pietá, una de las estampas más piadosas de la cultura cristiana. No se parecía en nada al niño que ella abrazaba en Belén o en Nazaret.
María lava con sus lágrimas el rostro y las llagas de su hijo. Más aún, está metiendo dentro de sus entrañas las llagas de Jesús.
Virgen de la Soledad
Cerca del lugar donde fue crucificado Jesús había un huerto y, en el huerto, un sepulcro nuevo en el que nadie había sido enterrado. Y allí, por razón de la proximidad del sepulcro, y además por ser la víspera de la fiesta, depositaron el cuerpo de Jesús. Juan 19, 41-42.
María penetró en el misterio de la soledad, uniéndose a su hijo Jesús, cuando este experimentaba el abandono del Padre: ¿Por qué me has abandonado?
Esta angustia fue para Cristo como un infierno, porque destruía su identidad filial. Y algo así sucedió también María, destrozada cruelmente su maternidad, que era su verdadera razón de ser. Aprendía así a ser madre de muchos hijos. La Virgen María aprendió a estar sola para que ya nadie se sintiera solo. María proyectará su presencia sobre todos los que sufren la herida dolorosa de la soledad.
Madre de la Pascua
“Con razón piensan los Santos Padres que María no fue un instrumento puramente pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres. La muerte vino por Eva, la vida por María”.
Vaticano II, LG 56.
El Sábado Santo es el día del silencio, el día de la soledad en que se gesta la vida. Jesús había hablado del grano de trigo que muere para granar la espiga.
Cristo sepultado era el más hermoso grano de trigo. Al tercer día llegará la primavera. Él no sólo tenía vida, sino que era la Vida, y la vida no podía morir.
El Sábado Santo es el gran día de la esperanza. María vive en esperanza, es la Virgen de la esperanza. María espera, pero necesita vivir la espera.
La esperanza aliviará el dolor. María espera con intensidad la resurrección de su hijo. A mayor deseo, mayor será la alegría pascual.
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