La Ascensión del Señor
Solemnidad 29 de mayo
VII DOMINGO DE PASCUA
La Ascensión del Señor
“Libra mis ojos de la muerte; dales la luz, que es su destino”
(Himno litúrgico. Lunes I Semana del Salterio, vísperas).
«En esperanza hemos sido salvados» (Rom 8, 24).
Es el “ya, pero todavía no”, que se formula en la reflexión teológica.
Reza un “misalito” del tiempo conciliar (Misal diario castellano. Nacar-Colunga. Ed. Vallés, Barcelona, 1965),
refiriéndose al misterio de la Ascensión, que forma parte del tiempo pascual.

Durante cuarenta días, el Señor se dejó ver y tratar de los discípulos como antes, fuera de la aparición y separación repentinas. En adelante los Apóstoles no lo verán más que con los ojos de la fe. San Pablo gozará de su vista, pero envuelto en la gloria, el día de su conversión.1
El Cuerpo de Cristo fue glorificado desde el instante de su Resurrección como lo prueban las propiedades nuevas y sobrenaturales, de las que desde entonces su cuerpo disfruta para siempre (cf. Lc 24, 31; Jn 20, 19. 26).
Tal es el sentido de este misterio de la Ascensión del Señor. Pero no hemos de olvidar sus palabras a los Apóstoles y en ellos a nosotros: “Os conviene que yo me vaya al Padre, porque voy a prepararos el lugar, para que donde yo esté estéis también vosotros” (Jn 14, 2). Es la esperanza, que fortalecía a los confesos de la fe en medio de su tormento, lo que debe fortalecer a todos los cristianos en las penalidades de la vida” (pág. 398).
Lo así expresado, el Catecismo de la Iglesia Católica (del año 1992), en su primera parte, LA PROFESIÓN DE LA FE; Segunda sección, LA PROFESIÓN DE LA FE CRISTIANA; Capítulo segundo, CREO EN JESUCRISTO, HIJO ÚNICO DE DIOS; Artículo 6, “JESUCRISTO SUBIÓ A LOS CIELOS, Y ESTÁ SENTADO A LA DERECHA DE DIOS, PADRE TODOPODEROSO”, lo desarrolla en los números 659 a 664, como sigue a continuación: 659 “Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al Cielo y se sentó a la diestra de Dios” (Mc 16, 19).
Pero durante los cuarenta días en los que él come y bebe familiarmente con sus discípulos (cf. Hch 10, 41) y les instruye sobre el Reino (cf. Hch 1, 3), su gloria aún. Queda velada bajo los rasgos de una humanidad ordinaria (cf. Mc 16,12; Lc 24, 15; Jn 20, 14-15; 21, 4).

La última aparición de Jesús termina con la entrada irreversible de su humanidad en la gloria divina simbolizada por la nube (cf. Hch 1, 9; cf. también Lc 9, 34-35; Ex 13, 22) y por el cielo (cf. Lc 24, 51) donde él se sienta para siempre a la derecha de Dios (cf. Mc 16, 19; Hch 2, 33; 7, 56; cf. también Sal 110, 1). Sólo de manera completamente excepcional y única, se muestra a Pablo “como un abortivo” (1 Co 15, 8) en una última aparición que constituye a este en apóstol (cf. 1 Co 9, 1; Ga 1, 16).
660 El carácter velado de la gloria del Resucitado durante este tiempo se transparenta en sus palabras misteriosas a María Magdalena: “Todavía […] no he subido al Padre. Vete donde los hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios” (Jn 20, 17). Esto indica una diferencia de manifestación entre la gloria de Cristo resucitado y la de Cristo exaltado a la derecha del Padre. El acontecimiento a la vez histórico y transcendente de la Ascensión marca la transición de una a otra.
661 Esta última etapa permanece estrechamente unida a la primera, es decir, a la bajada desde el cielo realizada en la Encarnación. Solo el que “salió del Padre” puede “volver al Padre”: Cristo (cf. Jn 16,28). “Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre” (Jn 3, 13; cf, Ef 4, 8-10). Dejada a sus fuerzas naturales, la humanidad no tiene acceso a la “Casa del Padre” (Jn 14, 2), a la vida y a la felicidad de Dios. Sólo Cristo ha podido abrir este acceso al hombre, “ha querido precedernos como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su Reino” (Prefacio de la Ascensión del Señor, I: Misal Romano).
662 “Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12, 32). La elevación en la Cruz significa y anuncia la elevación en la Ascensión al cielo. Es su comienzo. Jesucristo, el único Sacerdote de la Alianza nueva y eterna, “no […] penetró en un Santuario hecho por mano de hombre […], sino en el mismo cielo, para presentarse ahora ante el acatamiento de Dios en favor nuestro” (Hb 9, 24).
En el cielo, Cristo ejerce permanentemente su sacerdocio. “De ahí que pueda salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor”(Hb 7, 25). Como “Sumo Sacerdote de los bienes futuros”(Hb 9, 11), es el centro y el oficiante principal de la liturgia que honra al Padre en los cielos (cf. Ap 4, 6-11).
663 Cristo, desde entonces, está sentado a la derecha del Padre: “Por derecha del Padre entendemos la gloria y el honor de la divinidad, donde el que existía como Hijo de Dios antes de todos los siglos como Dios y consubstancial al Padre, está sentado corporalmente después de que se encarnó y de que su carne fue glorificada” (San Juan Damasceno, Expositio fidei, 75 [De fide orthodoxa, 4, 2]: PG 94, 1104).
664 Sentarse a la derecha del Padre significa la inauguración del reino del Mesías, cumpliéndose la visión del profeta Daniel respecto del Hijo del hombre: “A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás”.
(Dn 7, 14). A partir de este momento, los Apóstoles se convirtieron en los testigos del “Reino que no tendrá fin” (Símbolo de Niceno-Constantinopolitano: DS 150).
En el Catecismo mismo se abrevia (números 665 a 667) esta exposición: 665 La ascensión de Jesucristo marca la entrada definitiva de la humanidad de Jesús en el dominio celeste de Dios de donde ha de volver (cf. Hch 1, 11), aunque mientras tanto lo esconde a los ojos de los hombres (cf. Col 3, 3).
666 Jesucristo, cabeza de la Iglesia, nos precede en el Reino glorioso del Padre para que nosotros, miembros de su cuerpo, vivamos en la esperanza de estar un día con Él eternamente.
667 Jesucristo, habiendo entrado una vez por todas en el santuario del cielo, intercede sin cesar por nosotros como el mediador que nos asegura permanentemente la efusión del Espíritu Santo.
Bien, nosotros, luego de esta doble citación (tal cual aparecen en los textos referidos), quisiéramos “concluir”, por una parte, con san Pablo: “Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él” (Col 3, 2-4). Y, por otra, con el verso citado del himno litúrgico, a modo de epígrafe, pero que aquí hace las veces de inclusión2, con un cambio de vocablo, luz por gloria: “(Señor) Libra mis ojos de la muerte; dales la gloria, que es su destino”.
Concédenos, Dios todopoderoso, exultar de gozo y darte gracias en esta liturgia de alabanza, porque la Ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria, y donde nos ha precedido Él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros, como miembros de su cuerpo.
Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.
P. Óscar Tulio Londoño CJM.
Vicario de la parroquia Santa María del Paraíso
