Miércoles Santo
Fiesta 16 de abril
Miércoles Santo
Mt 26, 14-25.
Descubriendo el corazón
“En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar. Y, muy entristecidos, comenzaron a decirle cada uno: ¿Acaso soy yo, Señor?”. Como los apóstoles, acerquémonos a Él en nuestra oración para que nos descubra la verdad de nuestro corazón y la fuerza de su misericordia.
Se acerca el desenlace de la vida de Jesús en la tierra. La predicación del Señor no ha dejado indiferentes a quienes lo escuchaban: por un lado, se encuentran los sencillos, los que están abiertos a la acción de Dios, los que tienen la audacia de creer en su mensaje salvador; por el otro, se encuentran los que se mantienen en sus opiniones, los que no están dispuestos a cambiar, los que ven en las palabras esperanzadoras del Maestro una amenaza a su posición. Jesús ha tendido la mano a todos: muchos se han agarrado a ella y han dejado entrar la alegría en su vida. Pero otros han cristalizado su cerrazón, y caminan aceleradamente por la senda de la desesperación.
Se cumple la profecía del anciano Simeón: “Este ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos en Israel, y para signo de contradicción (…) a fin de que se descubran los pensamientos de muchos corazones” (Lucas, 2, 34-35). Del corazón de Judas brotan los frutos de la avaricia y de la envidia, que lo llevan a cometer el peor de los crímenes. Del corazón de los discípulos surge, sin embargo, la luz: ellos desean celebrar la Pascua con su Maestro y la quieren preparar tal como Él les ha dicho. Junto a Él, quieren recordar la historia de su Pueblo, quizá porque intuyen que en Él esa historia está llegando a su plenitud.
Jesús también descubre los pensamientos de su propio corazón. Durante la cena pascual un comentario destapa el dolor que lleva dentro: “En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar” (v. 21). El desconcierto rasga el ambiente de intimidad que se había creado en el Cenáculo. Los apóstoles no saben qué decir y optan por una reacción que mezcla su simplicidad con la confianza en el Maestro. Preguntan: “¿Acaso soy yo, Señor?” (v. 22).
