Domingo de Ramos
Fiesta 13 de abril

Domingo de Ramos
Lc 22,14 – 23,56.
¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
En Semana Santa Jesús desea entrar a la ciudad de nuestra alma.
Deseemos recibirlo con la humildad del borrico y de las palmas, con un corazón dispuesto a los sacramentos, cuidando las cosas pequeñas, en la sonrisa y en el servicio a los demás.
Este domingo es considerado por la liturgia como el “Domingo de Ramos en la Pasión del Señor”, porque conmemora la entrada de Cristo en Jerusalén para consumar su Misterio Pascual. Por eso se leen desde muy antiguo dos evangelios en este día. Como explica el Papa Francisco, “esta celebración tiene como un doble sabor, dulce y amargo, es alegre y dolorosa, porque en ella celebramos la entrada del Señor en Jerusalén, aclamado por sus discípulos como rey, al mismo tiempo que se proclama solemnemente el relato del evangelio sobre su pasión. Por eso nuestro corazón siente ese doloroso contraste y experimenta en cierta medida lo que Jesús sintió en su corazón en ese día, el día en que se regocijó con sus amigos y lloró sobre Jerusalén”.
Benedicto XVI señala que el pasaje de la entrada triunfal “está cargado de referencias misteriosas”. De la versión de Lucas podemos fijarnos en varias de ellas.
Por un lado, Jesús desciende el Monte de los Olivos desde Betfagé y Betania, por donde se esperaba la entrada del Mesías. Con sus precisas instrucciones sobre el burro, Jesús emplea el derecho de los reyes a pedir una montura para uso personal. David mandó montar a su hijo Salomón sobre su propio burro para ser llevado a ungir como rey (1Re 1,33). El borriquillo estaba atado, como anunció Jacob que haría Judá con el suyo (Gn 49,11).
Por otro lado, la gente alfombraba con sus mantos el paso de Jesús, como hacían los habitantes de Jerusalén antiguamente en honor de los reyes (2Re 9,13). Y la multitud, llena de júbilo, empezó a cantar para Jesús una versión del Salmo 118: “¡Bendito el Rey que viene en nombre del Señor!”. Y también decían “paz en el cielo, gloria en las alturas”, palabras que nos recuerdan el canto de los ángeles, cuando Jesús nació en Belén (cfr. Lc 2,14), en la ciudad del rey David y del Mesías.