Verdadera Madre soy yo de un Dios que es Hijo

Verdadera Madre soy yo de un Dios que es Hijo

Oración a la Virgen de la Medalla Milagrosa

Oh María, consuelo de cuantos te invocamos! Escucha benigna la confiada oración que elevo al trono de tu Misericordia, en mi necesidad.
¿A quién podré recurrir mejor que a Ti, Virgen bendita, que solo respiras dignidad y clemencia, que eres dueña de todos los bienes de Dios, solo piensas en difundirlos en torno a Ti? Sé mi amparo, mi esperanza en esta ocasión; y ya que devotamente cuelga de mi cuello la Medalla Milagrosa, prenda inestimable de tu amor, concédeme Madre Inmaculada, la gracia que con tanta insistencia te pido. Amén.

DRA CELIA PASMAY PALMAY, ODONTÓLOGA

“Te Saludo María. Te saludo María, Hija predilecta del Padre Eterno. Te saludo María, Madre admirable del Hijo”.

Decía San Juan Pablo II, que la contemplación del misterio del nacimiento del Salvador ha impulsado al pueblo cristiano no sólo a dirigirse a la Virgen Santísima como a la Madre de Jesús, sino también a reconocerla como Madre de Dios. Los cristianos de Egipto se dirigían a María con esta oración: “Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios: no desoigas la oración de tus hijos necesitados; líbranos de todo peligro, oh siempre Virgen gloriosa y bendita”. En este antiguo testimonio aparece por primera vez de forma explícita la expresión Theotokos, “Madre de Dios”, que literalmente significa “la que ha engendrado a Dios”. Suscita la pregunta: ¿cómo es posible que una criatura humana engendre a Dios? La respuesta de la fe de la Iglesia es clara: la maternidad divina de María se refiere solo a la generación humana del Hijo de Dios y no a su generación divina. El Hijo de Dios fue engendrado desde siempre por Dios Padre y es Dios como Él. Evidentemente, en esa generación eterna María no intervino para nada. Pero el Hijo de Dios, hace dos mil años, decía el Papa Magno, tomó nuestra naturaleza humana y entonces, María lo concibió y lo dio a luz.
Así pues, al proclamar a María “Madre de Dios”, la Iglesia desea afirmar que Ella es la “Madre del Verbo encarnado, que es Dios”.
Todos los hijos se parecen a su madre o a su padre; salvo en este caso en el cual es más preciso decir que la Madre se parece al Hijo. Ella fue hecha pensando en Él. Para que el Verbo tuviera una naturaleza perfecta respetando las leyes de la naturaleza, por la cual los hijos se asemejan a sus padres, Ella fue proyectada desde toda la eternidad según el modelo humano que debía transmitir al Hijo. Y no sólo en cuanto a sus rasgos físicos, sino –y principalmente – en cuanto a sus rasgos psicológicos: su ternura, su misericordia, su fortaleza, su dignidad, su calma, su serenidad y, en suma, todas las virtudes. Romano Melode, cantaba en el siglo VI, que “al Misericordioso conviene una madre misericordiosa”. Podríamos decir que porque Él sería la Misericordia Encarnada, Ella debía ser preparada como La-Misericordiosa. Y lo mismo se diga de las demás virtudes del Hijo y de la Madre.
Cierto que entre ambos la distancia es infinita.
Es creatura, pero ha sido asociada a la divinidad, como han dicho los santos. San Bernardino de Siena se animaba a decir: 

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1 Santo Tomás, Suma Teológica, I, 25,6 ad 4.

“Para que una mujer sea digna de concebir y dar a luz a un Dios, ha tenido que ser elevada, por así decirlo, a cierta especie de igualdad con el mismo Dios por una medida de perfección y de gracia”. Santo Tomás de Aquino se atreve incluso a afirmar que “la humanidad de Cristo por el hecho de estar unida a Dios, la bienaventuranza creada por ser fruición de Dios, y la Santísima Virgen María por ser Madre de Dios, tienen cierta dignidad infinita, del bien infinito que es Dios. Y por este lado, nadie puede hacer algo mejor que ellos, así como no es posible hacer algo mejor que Dios”1.
Esa perfección única e irrepetible envuelve a María desde el primer instante de su existencia. En 1823, en Ariano Irpino (Avellino, Italia), dos célebres predicadores dominicos, el P. Cassiti y el P. Pignataro, fueron invitados a exorcizar un niño.
En aquel tiempo se discutía entre los teólogos el tema de la Concepción Inmaculada de María, que sería proclamada dogma de fe 31 años más tarde, en 1854. Los dos frailes impusieron al demonio que demostrara que María era inmaculada, y le exigieron que lo hiciera mediante un soneto, poesía de catorce versos endecasílabos con rima obligada. El endemoniado era un niño de 12 años analfabeto. Al instante Satanás pronunció estos versos: Verdadera Madre soy yo de un Dios que es Hijo e Hija suya soy, a pesar de ser su Madre.
Desde la eternidad nació Él y es mi Hijo, en el tiempo nací yo, y sin embargo soy su Madre.
Él es mi Creador y es también mi Hijo; soy yo su creatura y soy también su Madre: prodigio divino fue el que sea mi Hijo un Dios eterno, y tenerme a mí por Madre.
El ser es casi común entre Madre e Hijo porque el ser del Hijo tuvo la Madre y el ser de la Madre tuvo también el Hijo.
Así, si el ser del Hijo tuvo la Madre, o hay que decir que manchado fue el Hijo o sin mancha hay que proclamar la Madre.
Cuando Pío IX proclamó el dogma de la Inmaculada, una persona le hizo leer este soneto. El Papa quedó conmovido por los versos tan teológicamente exactos, escritos por tan triste y obligado poeta.
Fray Ambrosio Montesinos le canta “…sola eres del cielo traslado”.
Una madre no es madre sólo del cuerpo o de la criatura física que sale de su seno, sino de la persona que engendra.
Por ello, María, al haber engendrado según la naturaleza humana a la persona de Jesús, que es persona Divina, es Madre de Dios.
“Ruega por nosotros Santa Madre de Dios…”.

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Por: P. Juan Alcaraz VE

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