La Transfiguración del Señor
La Transfiguración del Señor
“Tú eres mi hijo amado en quien me complazco”
“Pidamos a Dios, por intercesión de María, Maestra de fe y de contemplación, la gracia de acoger en nosotros la luz que resplandece en el rostro de Cristo, de modo que reflejemos su imagen sobre cuantos se acerquen a nosotros”
San Juan Pablo II.
El episodio de La Transfiguración de Jesús ocurre frente a sus discípulos Pedro, Santiago y Juan, como un anticipo a la Resurrección, para prepararlos para la predicación que en todo el mundo les tocaría hacer, cuando Él no estuviera con ellos físicamente. El Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) en el numeral 555 dice: “Por un instante, Jesús muestra su Gloria Divina, confirmando así la confesión de Pedro. Muestra también que para ‘entrar en su Gloria’, es necesario pasar por la Cruz en Jerusalén. Moisés y Elías habían visto la gloria de Dios en la Montaña, y la Ley y los Profetas habían anunciado los sufrimientos del Mesías. La Pasión de Jesús es la voluntad por excelencia del Padre: el Hijo actúa como Siervo de Dios. La nube indica la presencia del Espíritu Santo: “Tota Trinitas apparuit: Pater in voce: Filius in homine, Spiritus in nube clara” (Apareció toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el Hombre, el Espíritu en la nube luminosa”, Santo Tomás de Aquino).
El monte de la Transfiguración, que la tradición de la Iglesia lo ha identificado como Tabor, es el punto de encuentro del hombre con lo Divino, con Dios. En el Sinaí fueron tres los elegidos, siendo Dios el protagonista y Moisés mismo uno de los capacitados. En cambio, en el Tabor es Jesús el Transfigurado y el que capacita a los tres elegidos porque los Apóstoles, aunque habían caminado con Él ya más de un año, tenían dudas y resistencia a la muerte de Jesús. Por ello El Padre interviene diciéndoles: “Escúchenlo”. En su bautismo, la voz del Padre va dirigida a Jesús y le dice: “Tú eres mi hijo amado en quien me complazco”; de esta forma en la Teofanía de la Transfiguración, el mensaje va dirigido a los discípulos diciéndoles: “Este es mi elegido, Escúchenlo”. San León Magno dice que “el objetivo principal de este hecho era apartar del corazón de los Apóstoles el escándalo de la Cruz, para que la humildad de la pasión querida por Él, no turbara su Fe al habérseles revelado anticipadamente la excelencia de Su Dignidad escondida”.
La Transfiguración de Jesús no ha entrado en la espiritualidad latina como un misterio en sí mismo, sino en función de la Pascua, como antídoto de la Pasión y como promesa de la Resurrección como lo comenta el P. Cantalamesa, es decir,
se relaciona con la Pascua del Señor, porque aquí fueron preanunciados los misterios de la Crucifixión y una muestra de la gloria que nos espera.

En este Año Jubilar de la Esperanza, esta Solemnidad del Señor debe animarnos a “gloriarnos en la esperanza de la Gloria de Dios” (Rm 5,2). Más aún, nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza, y la esperanza, no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado. (Rm 5,3-5). Nosotros, los bautizados, que hemos recibido la filiación divina y las virtudes teologales de la Fe, la Esperanza y la caridad, al obedecer la voz del Padre y escuchar a Jesucristo, debemos comprometernos a vivir una transformación interior que nos prepare a la gloria futura. También que nos lleve a ser los nuevos Pedros, Santiagos y Juanes, que cada día subamos a Su Presencia para reforzar la Fe y bajar a seguir anunciando que el Reino está cerca y afrontar los nuevos desafíos de la vida con la Luz de su Espíritu.
Que, tomados de la mano de nuestra Madre Santísima, esta Solemnidad nos marque el comienzo al encuentro con su Hijo amado, sabiendo que: ¡la Cruz no es el final, sino un camino a la Resurrección y la Gloria!
Ing. Alexandra de Marín,
Conductora del programa “Familia puertas adentro”
