Navidad tiempo para nacer de nuevo

P. Óscar Tulio Londoño,

P. Óscar Tulio Londoño,

Congregación de Jesús y María

Navidad tiempo para nacer de nuevo

“Quien nace una vez, muere dos veces; quien nace dos veces, muere una vez”
Foto: www.elheraldo.co

¿Cómo puede un hombre volver a nacer cuando ya es viejo?
(Juan 3, 4)
Suele darse al término de un año que ciertos medios informativos hacen el recuento de las personas socialmente reconocidas que partieron durante el mismo. Básicamente del ámbito de la actuación, de la música, de la política, de los deportes. Así, por ejemplo, el 26 de julio del presente, falleció el cantautor colombiano de música popular Darío Gómez, más conocido entre nosotros como “El Rey del Despecho”. Entre sus muchas canciones, destaca una “infaltable” ciertamente, en las reuniones decembrinas, titulada Esta Navidad no es mía (1992). He aquí sus dos primeras estrofas y el coro:

El que inventó la navidad no estaba solo Y mucho menos en momentos de tristezas
Por qué no contarían con los afligidos Para que en diciembre olvidaran sus penas.
Comprendan que la Navidad es una fiesta Donde la gente está llena de alegría En cambio yo solo estoy lleno de tristeza Y por eso esta navidad no es mía.

Sin tu amor no hay alegría,
Sin ti no hay nada bonito
Esta navidad no es mía.
Todo lo veo marchito
Ni parecida a otros tiempos
Cuando eras mi compañía
Que no veía el momento
De compartir mi alegría.

Con este tipo de composiciones es obvio que Darío Gómez fuera “El Rey del Despecho”.
Bien, aludimos lo anterior para resaltar cuatro o cinco cosas que difícilmente meditamos con respecto a la Navidad en tanto que fecha especial en la que festejamos el Nacimiento del Señor.
La primera, y muy cierta, el que inventó la navidad no estaba solo pues es Dios y Él es una COMUNIÓN DE PERSONAS, PADRE, HIJO y ESPÍRITU SANTO; un Misterio de Amor que nos desborda.
La segunda, en la PERSONA DEL HIJO asumió nuestra naturaleza humana para redimirnos del misterio del mal que, por decir lo menos, nos desconcierta. Piénsese, por ejemplo, en san Pablo: “no entiendo mi proceder, porque no practico lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco” (Romanos 7,15). A lo que concluye clamando: “¡Infeliz de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo mortal? ¡Gracias sean dadas a Dios por medio de Jesucristo, nuestro Señor!” (Romanos 7, 24-25). Y con ese objeto, repitámoslo: asumir nuestra naturaleza humana para redimirnos del misterio del mal; no solo contó con los afligidos sino con la humanidad entera. “Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para que el mundo se salve por Él” (Juan 3, 17).

La tercera, la Navidad (por tanto) es una fiesta donde la gente está llena de alegría; pero ¡ojo!, no es alegría producto de una festividad pasajera, trivial, superficial, no; todo lo contrario, es alegría producto de una fiesta en la cual sucedió algo inédito, a saber: la temporalidad, por decirlo así, fue embargada de eternidad y la mortalidad de inmortalidad.
Por eso la elegida para madre suya sería objeto de gozo por todas las generaciones: “Desde ahora, todas las generaciones me llamarán dichosa, porque obras grandes hizo en mí el Poderoso” (Lucas 1, 48b-49a).
La cuarta, la Navidad continúa, asimismo, patentizando que Sin tu (Su) amor no hay alegría Sin ti (Dios) no hay nada bonito. Y esto, en tanto que algo esencial, no lo podemos maquillar, como suele decir a veces el Papa Francisco.
La quinta, y con esta cerramos estas sencillas observaciones, la Navidad es un tiempo de gracia para nacer de nuevo; para nacer de lo alto; para nacer del agua y del Espíritu como le expuso Jesús a aquel dirigente judío llamado Nicodemo que fue a visitarle de noche… ¡Y para su noche también se hizo una Gran Luz! “Te aseguro que quien no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne y lo que nace del Espíritu es espíritu. No te asombres de que te haya dicho que ustedes tienen que nacer de lo alto. El viento sopla donde quiere, oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va; lo mismo sucede con quien nace del Espíritu” (Juan 3, 5-8).
Finalmente, con San Juan Eudes (s. XVII), dejémonos cautivar por ese Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios que, por amor al hombre, yació entre pajas “Jesús, amor mío, te contemplo cautivo en las purísimas entrañas de tu santa Madre, pero mucho más en los lazos sagrados de tu divino amor. ¡Oh, amor que cautivas a Jesús en María y a María en Jesús! Cautiva mi corazón, mi espíritu, mis pensamientos, mis deseos y afectos en Jesús y establece a Jesús en mí, para que yo me llene de él, y él viva y reine en mí cumplidamente. Te amo, Jesús bueno, en el amor que te ha reducido a este estado. Que también yo sea cautivado por ti en este divino amor.
¡Oh abismo de amor! Al contemplarte en las sagradas entrañas de tu santa madre te veo como perdido y sumergido en el océano de tu divino amor. Haz que yo también me pierda y me hunda contigo en el mismo amor.
Jesús, ternura de mi amor, que yo te ame con todo el amor con que fuiste amado, durante los nueve meses de tu cautiverio en el seno maternal, por tu Padre eterno, por tu santo Espíritu, por tu santa Madre, por san José, por san Gabriel, por todos los ángeles, santos y santas, que han tenido parte en este misterio de amor.

Libro Oremos con San Juan Eudes. (págs. 111-112)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Realiza tu donación aquí

Tu Aportación es Importante

Por María y la evangelización

Abramos nuestro corazón