Pentecostés y la reconciliación – 5 de junio

Pentecostés y la reconciliación

Los Hechos de los Apóstoles nos narran un acontecimiento singular en la historia de la Iglesia. El Espíritu Santo irrumpe sobre los Apóstoles reunidos en oración, quienes reciben con fuerza el don del Paráclito. La escena nos describe un ruido, como de un viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que estaban. Luego unas lenguas de fuego se posan sobre ellos y comienzan a hablar en otros idiomas, según el Espíritu lo permitía (Hch 2, 1-13).

Para los comentadores bíblicos, el hecho de hablar en distintas lenguas se relaciona con el episodio de la Torre de Babel (Gn 11, 1-9). En aquel relato del libro del Génesis se nos narra cómo el mal se extendió sobre el mundo. Al comienzo los hombres vivían en armonía y unidad, pero desearon llegar al cielo motivados por la soberbia y el orgullo. Por ello fueron confundidos y comenzaron a hablar en distintas lenguas, sin entenderse. En contraposición, en el milagro de Pentecostés los hombres se comprendían, a pesar de hablar en diversas lenguas. Es así como en este día la acción del Paráclito es artífice de un acto de reconciliación entre los hombres. El Espíritu Santo que Dios da al mundo es un Espíritu de unidad.
En el Evangelio según San Juan se nos narra otra efusión del Espíritu. El Señor Jesús se aparece a los Apóstoles el mismo día de la resurrección, sopla sobre ellos y les dona el Espíritu, con la misión de perdonar los pecados (Jn 20, 22-23). De esta forma, estos elegidos iniciarán un ministerio de reconciliación en la Iglesia. Los Apóstoles podrán perdonar en el nombre de Dios, no por una capacidad personal fruto de sus habilidades, sino como consecuencia del don del Espíritu de unidad y reconciliación.
Siguiendo el mismo Evangelio según San Juan, el Señor se apareció a Tomás para curar su incredulidad, al no haber dado fe a la noticia de Jesús resucitado. Y más adelante ocurre el milagro de la pesca, que termina con el diálogo con Simón Pedro sobre su primado en la Iglesia, en el que le pregunta tres veces sobre su amor: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?” (Jn 21, 15). Pedro responde afirmativamente las tres veces, y ésta se convierte en ocasión de perdón. Luego de haberlo negado ante la criada del sumo sacerdote durante su pasión, Jesús da a Pedro la oportunidad de redimirse y recomenzar. De esta forma, nuevamente vemos cómo la Iglesia recibe el perdón como fruto de la resurrección de Cristo. El Resucitado nos dona el Espíritu de reconciliación, de unidad, de perdón.

El señor Jesús perdona a los Apóstoles y estos reciben la capacidad de ser instrumentos del perdón de Dios para el mundo.
Después de haber realizado un pequeño recorrido por algunos pasajes bíblicos que nos refieren el don de la reconciliación, pensemos un poco en lo que ocurre en nuestros días. Las noticias nos revelan una sociedad fragmentada en el aspecto político y social. La delincuencia nos hace desconfiar de los otros y vivir con miedo. En el ámbito familiar, muchos hogares no logran sobreponerse a sus problemas y viven separados. Y, en el ámbito personal, nos encontramos con personas heridas en el corazón, heridas por experiencias traumáticas, porque les falló el amor o porque no han conocido el poder sanador de Dios.
Por todo ello la fiesta de Pentecostés no es un acontecimiento cualquiera. Dios nos dona su Espíritu, capaz de regenerar la vida de los Apóstoles y capaz de dar el perdón a toda la Iglesia. Hoy nos quiere dar una nueva efusión de ese Espíritu de reconciliación y unidad para todos. Esta solemnidad no es simplemente una misa bonita, con incienso y algunos elementos que le dan realce. La fiesta de Pentecostés es un actualizar la potencia del Espíritu en nuestras vidas. Dios nos da la oportunidad de dejarnos regenerar el corazón, de recibir su perdón que llega a sanar hasta los últimos rincones del alma y, a su vez, tener la fuerza para perdonar a nuestros hermanos.
En estos días santos en los que nos preparamos y festejamos la solemnidad de Pentecostés, busquemos ir al centro de la fiesta, que es dejar que el Espíritu entre en la Iglesia, entre en nuestros corazones, para comenzar a renovar el mundo. Que esta fiesta sea una ocasión para abrirnos al perdón de Dios y a la reconciliación de nuestras familias y de nuestra sociedad. Y, con la Secuencia de la liturgia, rezamos al Espíritu Santo: “Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento. Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo”. Amén.

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