Natividad de la Virgen María
Fiesta 8 de septiembre

Natividad de la Virgen María
Celebramos el nacimiento de la Virgen María, de Santa María, pero lo hacemos hablando de Navidad, es decir del nacimiento de Jesucristo. Todas las fiestas litúrgicas de la Virgen María que, durante el año, conmemoran su Natividad, hoy ocho de septiembre; la Inmaculada Concepción, el ocho de diciembre; su Maternidad sobre toda la Iglesia, el primero de enero; y, finalmente, su asunción al cielo, son todas ellas fiestas que sólo se comprenden si las ponemos en relación con Jesucristo. Mostrarnos a Jesucristo debería ser siempre el fin de una fiesta mariana.
Cada día en la Salve rezamos que la Virgen María nos muestre a Jesucristo. Quizás por eso no es tan extraño que, para celebrar a Santa María, hablemos de Cristo, del Señor.
Hoy celebramos la Natividad de la Virgen María. Celebrar un nacimiento es algo muy humano. El nacimiento nos coloca en una familia, en una tradición, llevamos un nombre que nos ponen cuando nacemos y que nos identifica. Y que normalmente no lo cambiamos y si lo hacemos, como algunos monjes, es para significar precisamente un gran cambio en la vida.

En el caso de Santa María su nacimiento la identifica como una hija de Israel, su pueblo, una fiel sencilla, sin apariencia exterior alguna de ser destinada a la misión que cumplió. Tenemos, pues, en la solemnidad de hoy, una primera realidad muy concreta. La memoria de la mujer, de María de Nazaret.
De la hija de Israel, de María de Nazaret pasamos pues a la Madre que cada tierra se hace suya, que tantos y tantos lugares acogen. Casi diría que la tierra se ofrece a Dios para acoger a Santa María. Fíjense que la Virgen María lleva el nombre del lugar. Es realmente la geografía concreta que queda tomada por Dios, para recordar la encarnación de su Hijo. Recuerdo que una vez en Navidad cuando hacíamos el Pesebre, no pusimos ninguna cueva y un monje me dijo, falta la cueva porque es el signo de la tierra que, como María, acoge la Palabra de Dios y hace nacer al Salvador. La explicación de que Santa María tome un nombre en cada lugar es precisamente el de la fe cristiana extendida y arraigada en cada rincón de la tierra. Pero ella no es que se multiplica. Es el Cristo único de la que es madre que la hace tan universal y tan católica, que, siendo siempre la única Madre de Dios, se convierte en un fruto de cada lugar, por la evangelización que ha llevado el nombre de Dios a todas partes. Esta dinámica es doble. No sólo ofrecemos nosotros a Dios la tierra y el lugar, que de hecho ya hemos recibido de él, sino que Dios también viene por esta presencia de Santa María a querer estar en toda cultura, en toda lengua y en darles el valor mayor que puedan tener.

Todo va sobre Jesús. Piensen, especialmente ustedes: recordar a todo el mundo que Dios está con nosotros. La misma Virgen María con el niño en el regazo nos dice que Dios está con nosotros. Y si Dios está con nosotros, deberíamos amarnos más, de procurar hacer un mundo mejor, de tomarnos más en serio la injusticia, la pobreza, la desigualdad, las amenazas del cambio climático…, porque Dios no quiere ninguna de estas cosas, pero nos deja la libertad para hacerlas y para arreglarlas. Todo depende de cómo utilicemos nuestra libertad. Santa María la utilizó para colaborar plenamente con Dios, encomendémonos a ella cantando el himno:
Es luz de amanecer,
que anuncia el Redentor,
ya de tiempo predestinada,
a ser Madre del Señor.
P. Manel Gasch i Hurios, Abad de Montserrat
abadiamontserrat.cat t
Un canto del alma para la Natividad de la Virgen Santísima
Canten hoy, pues nacéis vos,
los ángeles, gran Señora,
y ensáyense, desde ahora,
para cuando nazca Dios.
Canten hoy, pues a ver vienen
nacida su Reina bella,
que el fruto que esperan de ella
es por quien la gracia tienen.
Digan, Señora, de vos,
que habéis de ser su Señora,
y ensáyense, desde ahora,
para cuando nazca Dios.
Pues de aquí a catorce años,
que en buena hora cumpláis,
verán el bien que nos dais,
remedio de tantos daños.
Canten y digan, por vos,
que desde hoy tienen Señora,
y ensáyense, desde ahora,
para cuando nazca Dios.
Y nosotros, que esperamos
que llegue pronto Belén,
preparemos también,
el corazón y las manos.
Vete sembrando, Señora,
de paz nuestro corazón,
y ensayemos, desde ahora,
para cuando nazca Dios. Amén.
Félix Lope de Vega y Carpio
