La Asunción
Solemnidad, 15 de agosto
La Asunción de la Santísima Virgen María
En cuerpo y alma a la gloria
Hay un dicho famoso de San Bernardo de Claraval que aprendimos al recibir clases de Mariología en latín: De Virgine, numquam satis. O sea, no cabe decir basta cuando se trata de la Virgen María, como si, en un momento dado, ya no quedara en su misterio nada más que investigar ni contemplar, nada más para seguir en diálogo de oración con Ella, ni para apreciar los detalles de su entrega amorosa a cada hijo.
Por lo que se refiere a la teología contenida en el magisterio solemne de la Iglesia Universal, con su recepción en la piedad del pueblo cristiano, estamos celebrando un centenario más del Concilio de Nicea. Este Concilio, al proclamar a Jesucristo como Verbo Encarnado, Dios y Hombre verdadero, desprendió el título central para María Santísima: Theotokos, Madre de Dios. Una fiesta popular masiva alumbró con cirios prendidos la noche en que el Concilio proclamó que el Hijo eterno del Padre había nacido de mujer por obra del Espíritu Santo. El pueblo efesino salió a las calles, con la alegría de tener por madre a la Madre de Dios.
¿Cuál podría ser el destino de la Mujer que el Señor en la Cruz confió al discípulo Juan? Es una pregunta que trata de adentrarse en el misterio de los designios de Dios. No es ahora oportuno un repaso erudito de los razonamientos que se acumulan en los venerables escritos de los Padres de la Iglesia y de los teólogos tanto medievales como modernos. Todo nace de una intuición ampliamente compartida: así como una aplicación anticipada de los méritos de Cristo libraron a María Santísima de nacer con la herencia del pecado original, así también se le anticipó una entrada en la gloria sin esperar a la resurrección universal de los elegidos al final de los tiempos. Madre e Hijo, inseparables, nos dejan como contenido auténtico de la fe, el misterio de la Asunción de María a los cielos en carne mortal. Se la proclama como la Virgen del Tránsito, porque pasa de la tierra al cielo; se habla de la Dormición para describir su último suspiro en la tierra. Proclamamos con la euforia de los efesinos: María ha sido asumida a los cielos, los ángeles se alegran.
Saltan, sin embargo, a la vista una activa variedad de presiones que tratan de bajar el tono y de frenar la actitud propuesta por San Bernardo, como para mantener en segundo plano, barajando algo que tira a vergonzante, el gozo y la confianza depositada en la Madre.
La reforma protestante, en coherencia con su doctrina sobre la humanidad pecadora, desplaza a María de las instancias centrales de la obra redentora. Es elocuente la traducción que tienen por válida para aquel Llena de Gracia del saludo del ángel, que se entendería simplemente como la muy agraciada, poco más que algo simpática. El deseable espíritu ecuménico, de acercamiento y diálogo con los hermanos separados, resbala en ocasiones a un silenciamiento del canto angélico que hizo suyo el pueblo efesino, con el cálculo (¿prudencial?) de evitar aristas agresivas.
Los movimientos feministas de nuestro tiempo se empeñan con frecuencia por poner en la mujer las mismas capacidades y oportunidades que llevaron a los varones a situación de abusivo predominio, llegando quizá sin advertirlo, a la negación de lo específico femenino e incluso de su posible vida cristiana. No suena bien una esclava del Señor en medio de un discurso acerca de la soberanía de la mujer sobre su propia vida. No se diga cuando toma cuerpo la ideología del género, con su asombrosa propuesta de refundir la naturaleza de lo humano, corrigiendo a la sabiduría creadora del mismo Dios.
Decía San Pablo a los corintios que es conveniente la presencia de la herejía ( I Cor,1,19). Porque de pronto, nos sirven las sombras y los discursos tendenciosos para volver con sencillez la mirada hacia la Madre, participar de la alegría de su gloria, rezar con especial devoción ese cuarto misterio glorioso del Santo Rosario.
Nos reafirmamos en la fe, tal como la enunciaba el último Concilio: ‘terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo’ (Lumen Gentium, 59). En cuerpo y alma. Glosaba San Juan Pablo II: ‘La Asunción de María manifiesta la nobleza y la dignidad del cuerpo humano. Frente a la profanación y al envilecimiento a los que la sociedad moderna somete frecuentemente, en particular el cuerpo femenino, el misterio de la Asunción proclama el destino sobrenatural y la dignidad de todo cuerpo humano, llamado por Cristo a transformarse en instrumento de santidad y a participar en su gloria’ (9 julio 1997).
+Antonio Arregui Yarza.
Arzobispo Emérito de Guayaquil
