Al Corazón de Jesús-Solemnidad 7 de junio

P. Óscar Tulio Londoño, CJM.
Vicario de Santa María del Paraíso
Solemnidad 7 de junio
Al Corazón de Jesús
“Vengan a mí todos los cansados y abrumados por cargas, y yo los haré descansar. Tomen sobre ustedes mi yugo, y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso en sus vidas, pues mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mateo 11, 28-30).
El evangelista Mateo pone en labios de Jesús dicha invitación o llamamiento, al cual lo precede, por una parte, una alabanza a Dios Padre por la apertura del Reino a los pequeños: “Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado todo esto a los pequeños y lo has ocultado a los sabios y a los astutos. ¡Sí, Padre, tú lo has querido así!” (Mateo 11, 25-26). Y por otra, un reproche por la cerrazón de ciertas ciudades de Galilea a la conversión: “¡Ay de ti, Corazaín!, ¡ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubiesen hecho los milagros realizados en ustedes, ya hace tiempo que, vestidos de penitencia y cubiertos de ceniza, se habrían convertido. (…) Y tú, Cafarnaún, ¿acaso vas a ser elevada hasta el cielo? Te hundirás en el abismo, porque si en Sodoma se hubieran hecho los milagros realizados en ti, permanecería aún hoy” (Mateo 11, 21.23).
Corría probablemente el tiempo de la segunda generación cristiana, años 70-110 d. C., y de ellos a nosotros, se puede decir que el asunto, Jesús como signo de contracción que diría Simeón a María en Lucas 2, 34-35, no ha variado sustancialmente. Valga así mismo indicar que, su llamamiento los más, también “los pequeños”, lo hemos hecho jaculatoria, “oración breve y fervorosa” (DRAE): “Jesús, manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo”.
Con ocasión del sesquicentenario de la Consagración del Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús (25 de marzo de 1874), entre otras oraciones se nos ha propuesto la siguiente, trascribimos los dos párrafos iniciales y la jaculatoria final:
Señor Jesús:
Me acerco confiado a tu Corazón
para que a partir de ahora
Tú y yo tengamos
UN SOLO CORAZÓN.
Y así poder vivir mi vida
en la misma humildad que la tuya;
amar como tú amas,
desear lo que tú deseas,
ver el mundo con tus ojos
y desear (“aceptar”) la verdad, aunque me cueste.
Sagrado Corazón de Jesús:
¡Haz latir tu Corazón en mi corazón!

Bien, ¿por qué podemos hacer del llamamiento que el evangelista Mateo puso en labios de Jesús una jaculatoria, al igual que del llamamiento de la Arquidiócesis de Guayaquil, en cada Semanario Litúrgico del presente año 2024, en el que se conmemora el aniversario n°150 de la consagración del Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús (25 de marzo de 2024), así mismo, una oración fervorosa?
San Juan Eudes (1601-1680), fue el primero en la historia de la Iglesia que hizo celebrar la fiesta del Corazón de Jesús, el 20 de octubre de 1672. Sacerdote francés, primeramente, del oratorio de Pedro de Bérulle; luego fundador de la Congregación de Jesús y María, padres eudistas, 25 de marzo de 1643, fue uno de los exponentes más preclaros de la denominada Escuela francesa de espiritualidad del siglo XVII, también denominada Escuela beruliana.
Los cuatro grandes de dicho efluvio espiritual, en su orden, serían: Pedro de Bérulle, Carlos de Condren, Juan Jacobo Olier y Juan Eudes. Cada uno, maestro y discípulos, con su respectivo matiz, que comenta así cierta publicación: “para Bérulle, Jesús como un todo; para Condren Jesús sumo y eterno sacerdote; para Olier Jesús en el misterio eucarístico; para Juan Eudes el amor de Jesús como su realidad más profunda, expresada desde el lenguaje del corazón” (Dom J. Huijben, O.S.B., Orígenes de la espiritualidad francesa del siglo XVII, México, 2004). Desde este último, entonces, abordaremos la cuestión planteada, dado su matiz cordial (del latín cor, cordis ‘corazón’, ‘esfuerzo’, ‘animo’).
En el Leccionario Propio de la liturgia de las horas (año 1980) de nuestra Congregación, se tiene una síntesis de textos de san Juan Eudes sobre el Corazón de Jesús (números 43 a 49), tomados principalmente de su obra Sobre el Admirable Corazón de Jesús, entre otros: n. 43. Qué es el Corazón de Jesús (pág. 120); n. 44. Jesús nos ha dado su Corazón (pág. 122); n. 45. El Corazón de Jesús se nos ha dado para que sea nuestro corazón (pág. 124); n. 47. El Corazón de Jesús, templo y altar del amor divino (pág. 128); n. 48. El Corazón de Jesús es amor que purifica y santifica (pág. 130).
Ya aquí, a simple vista, tenemos enunciada una respuesta en los números 44 y 45. Porque, en primer lugar, Jesús nos ha dado su Corazón; y, en segundo lugar, Él nos ha dado su Corazón para que sea nuestro corazón. Por ello podemos expresarle de manera confiada, y no sólo confiada sino con propiedad: “Jesús, manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo”; haz que “Tú y yo tengamos UN SOLO CORAZÓN”; “¡Haz latir tu Corazón en mi corazón!”, y lo que de ello se suscita, en términos paulinos, una vida nueva en Cristo (cf. Colosenses capítulo 3): para “así poder vivir mi vida en la misma humildad que la tuya; amar como tú amas, desear lo que tú deseas, ver el mundo con tus ojos y desear (“aceptar”) la verdad, aunque me cueste”.
Vamos ahora a San Juan Eudes, en el primero de los textos, Jesús nos ha dado su Corazón, con el cual concluimos, subrayando precisamente el matiz de “propiedad”.
Adora y contempla a nuestro Salvador en el exceso de su bondad y en los generosos dones de su amor.
Porque nos da el ser y la vida con todos los bienes que los acompañan. Nos da este mundo inmenso, lleno de una multitud y diversidad de seres que nos sirven y aun nos recrean. Nos da sus ángeles como protectores y a sus santos como abogados e intercesores. Nos da su santa Madre para que sea nuestra madre bondadosa. Nos da los sacramentos y misterios de su Iglesia, que nos salvan y santifican. Nos da su eterno Padre como nuestro Padre verdadero; su Espíritu Santo como nuestra luz y nuestro guía.
Nos da todos sus pensamientos, palabras, acciones y misterios; todos sus sufrimientos y toda su vida consagrada a nuestro bien e inmolada por nosotros hasta la última gota de su sangre.
Además de todo ello (¡y no contento con todo ello!, pudiéramos decir) nos da su propio Corazón que es el principio y origen de todos estos dones. Porque su Corazón Divino lo hizo salir del seno adorable de su Padre y venir a la tierra para otorgamos todas estas gracias que su Corazón, humanamente divino y divinamente humano, nos mereció y adquirió con sus angustias y dolores. Después de todo esto, ¿cómo vamos a tratar a nuestro Redentor? Devolvámosle amor por amor y corazón por corazón.
Ofrezcámosle y entreguémosle nuestro corazón como él nos ha entregado el suyo: totalmente y sin reservas, para siempre y en forma irrevocable. Él nos lo ha dado con un amor infinito: le daremos el nuestro unidos a este mismo amor.
Jesús no se contenta con darnos su Corazón. Nos da también el Corazón de su eterno Padre, el de su santa Madre, los corazones de los ángeles y de todos los santos, y hasta los corazones de todos los hombres del mundo a quienes dice: “Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros” (Juan 15, 12); más aún, debemos amarnos como Él mismo nos ha amado.
Por parte nuestra ofrezcámosle también, en acción de gracias, el Corazón de su eterno Padre, el de su santa Madre, el de sus ángeles y santos y el de todos los hombres. Porque tenemos derecho a disponer de ellos como de nuestro propio corazón, ya que su Apóstol nos asegura que el Padre eterno nos ha dado junto con su Hijo, todas las cosas (Romanos 8, 32) y que todo es nuestro (1 Corintios 3, 22).
Pero, sobre todo, ofrezcámosle su propio Corazón. Porque si nos lo ha dado nos pertenece y no podríamos ofrecerle nada que le sea más grato: porque ofrecerle su Corazón equivale a ofrecerle el Corazón de su Padre, con el cual, por la unidad esencial que los une, no tiene sino un solo corazón, y el corazón de su santa Madre, que también tiene con Él un solo corazón por unidad de voluntad y de amor.
Sagrado Corazón de Jesús… ¡Haz latir tu Corazón en mi corazón!