San José, esposo de la Virgen María

Mons. Andrés Stanovnik Arzobispo de Corrientes
Solemnidad 19 de marzo
San José, esposo de la Virgen María
“José hizo lo que el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer” (Mt 1,24). En esas palabras encontramos la misión que Dios le con-fía a José: cuidar de María y de Jesús. Podríamos preguntarnos ¿cómo hace José para cuidar a Ma-ría y a Jesús? Lo hace con mucha delicadeza, bondad y fidelidad. Vive para ellos, aun cuando no comprende totalmente el Plan que Dios tiene con su hijo Jesús y con su esposa la Virgen María. Él es fiel, escuchó el mandato de Dios, y como hom-bre de palabra, se jugó entero por María y por Jesús. Establece con ellos un vínculo que hunde sus raíces en Dios, por eso se siente seguro y confía, aun en los momentos de mayor dificultad, como cuando debió huir a Egipto para salvar la vida de su esposa y de su hijo. Pero también per-manece fiel durante esos largos años en la casa de Nazaret, en el taller donde enseñó a Jesús su propio oficio. José supo cuidar de su familia. Hoy estamos muy huérfanos de ejemplos que nos enseñen a cuidar bien de las personas y las cosas.

Es cierto, se nos pegó el famoso ‘cuídate’ que pronunciamos al despedirnos de un amigo o de un pariente, pero no sé si nos damos cuenta qué significa. Vivimos en una época de mucha confusión y desorientación: se desdibujan cada vez más los límites entre lo que está bien y lo que está mal. ‘Dale que no pasa nada’, y partir de ahí se empieza a extender una manera de vivir en que todo vale. Lo bueno y lo que no está bien se defi-ne con el ‘me gusta’, ‘no me gusta’, y ese criterio vale para todo: para los vínculos más importantes en la vida de las personas, como son los de la pareja, el matrimonio y la familia, o para decidir la ingesta de sustancias dañinas como el alcohol, la droga, etc. Frente al vale todo, lo único que se nos ocurre decir es ‘cuídate’. El otro no importa con tal que te cuides vos. Pero, en realidad, para cuidar-se bien hay que aprender a cuidar de los otros.
San José fue el hombre que supo ‘cuidarse’ bien. Aprendió a cuidarse porque se sintió protegido. Descubrió el secreto que le daba la verdadera seguridad: estar allí donde Dios quiso que estuviera. Estar allí donde Dios nos llama a es-tar, es la mayor seguridad que se puede tener en la vida. Allí estamos protegidos, nada menos que por Dios mismo. Él nos acompaña con su amor fiel. Al despertar, «José hizo lo que el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer». José recibió a María porque su seguridad es-taba en Dios. Aprendió a cuidarla a ella, como también a Jesús, porque experimentó en su propia vida la protección de Dios. Sabía que el mejor modo de cuidarse, era confiar totalmente en Dios. Y eso fue lo que José transmitió a Ma-ría y a Jesús. Los cuidó haciéndoles sentir que a través de su protección era Dios mismo quien los cuidaba a todos. Cuando uno aprende a cuidarse bien, necesariamente se preocupa de cuidar a los otros y de cuidar el lugar donde vive. Esa es la vocación a la que Dios nos llama a todos, a cada uno por su propio camino. Estamos llamados a cuidarnos, a tratarnos bien y a construir juntos un lugar habitable y digno para todos.
La vocación y misión de cuidar atañe muy especialmen-te a los que tenemos responsabilidades de servicio hacia los demás: ya hemos señalado a los cónyuges y a padres, como los primeros responsables de cuidarse recíproca-mente y de proteger a sus hijos; luego, hay funciones muy importantes en la comunidad que reclaman el cuidado de la gente: son los que ocupan puestos de responsabilidad en la función pública, en el ámbito económico, político y social.

Luego somos todos los que debemos ser ‘guardianes’ de nuestros hermanos, especialmente de los más pobres y de los que más sufren. Pero para cuidar a los otros, re-cordaba el Papa Francisco hace un año, también tenemos que cuidar de nosotros mismos. Recordemos que el odio, la envidia, la soberbia ensucian la vida. Debemos vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas: las que construyen y las que destruyen. No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura. Miremos a San José: él nos enseña que el cuidado de los otros se realiza con firmeza y con ternura, pero siempre con el corazón totalmente confiado en Dios, que es la roca firme y segura en la que podemos apoyarnos y descan-sar. Vayámonos de esta celebración con el compromiso de cuidarnos unos a otros, de hacerlo con bondad, amor y apertura al otro. Glorioso San José, te pedimos que nos cuides, que protejas a nuestras familias, a los gobernan-tes y a todo nuestro pueblo.