Sagrados Corazones de Jesús y María – Solemnidades 16 y 17 de junio

Sagrados Corazones de Jesús y María

Arzobispo Thomas Wenski
Arquidiócesis de Miami

Solemnidades 16 y 17 de junio

Es una gran bendición que esta fiesta preceda a la del Corazón Inmaculado de María, porque es imposible separar los corazones de la Madre y del Hijo, y porque ambos laten como si de uno solo se tratara, unidos por el dolor y en el gozo inmenso de la salvación. Porque mientras el Corazón de Jesús era atravesado por la lanza, el Corazón de María era traspasado por una espada de enorme sufrimiento, como en su día profetizó el anciano Simeón. Así quiso manifestarlo el Concilio Vaticano II cuando expresó: “Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte” (LG 57). Si Cristo es reconocido como cabeza del Cuerpo Místico, María es venerada como Madre de la Iglesia.
Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío.
Inmaculado Corazón de María, sé la salvación del alma mía. Amén.

“El corazón de Jesús es la Biblia”. Son palabras atribuidas a San Agustín que expresan toda la profundidad del amor misericordioso escondido en Dios y revelado al mundo a través de su sagrado corazón, abierto y traspasado por una lanza.
Es la bondad en extremo del Dios santo y fuerte que lava los pies a sus discípulos antes de la pasión, y en medio de ella es capaz de exclamar: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.
Es la verdad íntima de Dios, totalmente expuesta en el Corazón traspasado de Jesús, que al igual que el velo del templo, rasgado en el momento de su muerte, nos indica que ya no hay nada oculto ni separación posible entre Dios y los hombres.
Porque Dios se nos manifestó plenamente en el corazón de su Hijo, restableciendo así su amistad y cercanía con nosotros, démosle gracias en esta fiesta del Sagrado Corazón por abrirnos para siempre el manantial de la salvación, y por mostrarnos, a través de la sangre y el agua que brotan del costado de Jesús, el signo de esa vida en abundancia que derrama en nosotros a través los sacramentos.
El Evangelio proclamado nos muestra en toda su crudeza los momentos decisivos de la pasión del Señor. Quien nos narra con realismo conmovedor lo acontecido en el Calvario es el discípulo amado, aquel que en la Última Cena reclinó

su cabeza en el pecho de Jesús y pudo escuchar como nadie los latidos de su corazón. Un corazón lleno de amor por nosotros, que sin embargo tantas veces vuelve a ser herido por nuestros pecados.
Por eso un día, durante la octava del Corpus Christi de 1675, quiso Jesús revelar a Santa Margarita María Alacoque el deseo de ser honrado en su Sagrado Corazón, como reparación por la ingratitud y el olvido de tantos cristianos:“Mira este corazón que tanto ha amado, y a cambio no recibe más que ultrajes y desprecio. Al menos tú, ámame”.
De esta manera surgió una de las devociones más amadas del Pueblo de Dios, que años después sería aprobada por el Papa Pío IX en 1873 y que a partir de 1899 se extendería a toda la Iglesia a instancias de León XIII. La imagen de Jesús, con su corazón en llamas y coronado de espinas, sigue presente hoy en millones de hogares católicos de todo el mundo. Un símbolo del amor inextinguible de Dios que nos debe animar y comprometer en el servicio generoso y la entrega incondicional por los otros. Como nos recordaba San Juan Pablo II, “el Corazón de Cristo es la sede universal de la comunión con Dios Padre, es la sede del Espíritu Santo. Para conocer a Dios, es preciso conocer a Jesús y vivir en sintonía con su Corazón, amando, como él, a Dios y al prójimo” (Juan Pablo II; Audiencia General. 8 de junio de 1994).

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