Santa Madre Teresa de Calcuta – Fiesta 5 de septiembre

Mons. Antonio<br> María Rouco Varela

Mons. Antonio
María Rouco Varela

Fiesta 5 de septiembre

Santa Madre Teresa de Calcuta

Madre de los pobres

“Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”

El amor a Cristo se manifestó en la Madre Teresa como un amor al hombre hermano, al pobre: auténtico, sin límites, de una total gratuidad; desconcertante a los ojos del mundo y, por ello, verdaderamente revolucionario.
Pero amaba a todos, con preferencia especial para los más humillados y despreciados: “Son los pobres más pobres, cubiertos de suciedad y de microbios, los leprosos, los abandonados, los discapacitados físicos y psíquicos, los que carecen de hogar, los enfermos terminales de sida, los huérfanos, los moribundos, aquellos a quienes todo el mundo desprecia”.
Y los amaba en su verdad y en su dignidad inviolables: “Los pobres son personas magníficas. Nos dan mucho más que nosotros a ellos, empezando por el inmenso gozo que nos dan al aceptar las pequeñas cosas que conseguimos hacer por ellos”.
Y los amaba cuanto más impotentes e indefensos. Amaba a los niños con singular ternura, aún antes de nacer. «El niño es un don de Dios –decía ella–. Tengo la sensación de que el país más pobre es el que tiene que asesinar al niño no nacido para permitirse más cosas y más placeres. ¡Que se tenga miedo de tener que alimentar a un niño más…!». Y se dejaba amar por ellos. Emociona la narración suya de una historia conmovedora de un niño de cuatro años de Calcuta que se sacrifica y se abstiene de tomar azúcar durante tres días para poder llevárselo, luego, en el cuenco de su manecita, a la Madre Teresa, a la que le faltaba azúcar para sus niños pobres. Se lo habían contado en el colegio…
Sí, en verdad no se encuentra ni un ápice de exageración en ese título de Madre de los pobres con el que la ha designado el Santo Padre; o, en aquel otro, que ella se atribuía a sí misma de representante de todos los pobres de la Tierra: “Yo he asumido la representación de los pobres del mundo entero: de los no amados, los indeseados, los desatendidos, los paralíticos, los ciegos, los leprosos, los alcohólicos, aquellos que quedan marginados por la sociedad, las personas que no saben lo que es el amor y la relación humana”.

¿Cómo no reconocer hoy en esta celebración de la Eucaristía por la Madre Teresa, en la celebración del gran Sacramento y Misterio del Cuerpo y de la Sangre de Jesucristo, inmolado por nosotros en la Cruz y Resucitado en la fuerza del Espíritu Santo –Sacramento de la Comunión en la Nueva Alianza, la del Amor que vence al pecado y a la muerte–, que su vida en este mundo parece configurarse como una creciente incorporación al Sacrificio del amor victorioso del corazón de Cristo? ¿Cómo no percibir en la Madre Teresa con lo ojos de la fe y de la esperanza cristiana, que alienta hoy en toda la Iglesia y a la que ha dado expresión emocionada y autorizada la voz de Juan Pablo II, una de esas figuras a las que el corazón empuja a proclamar “dichosa” y “bienaventurada”, con la Bienaventuranza del Evangelio?

Foto: es.wikipedia.org

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