Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote -27 de Mayo

Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote

Cristo es verdadero Sumo Sacerdote, el Salvador del mundo. Nuestro corazón está herido por el pecado, nuestra mente vive dispersa en mil distracciones vanas, nuestra voluntad flaquea entre el bien y el mal, entre el egoísmo y el amor.

¿Quién nos salvará? ¿Quién nos apartará del pecado y de la muerte? Solo Dios. Por eso necesitamos acercarnos a Él para pedir perdón. Pero, entonces, “¿quién subirá al monte de Yahvé?, ¿quién podrá estar en su recinto santo?” Solo alguien bueno, solo alguien santo: “El de manos limpias y puro corazón, el que a la vanidad no lleva su alma, ni con engaño jura” (Sal 24,3-4).
Sabemos quién es el que tiene las manos limpias, quién es el que tiene un corazón puro, quién puede rezar por nosotros: Jesucristo, nuestro Señor.
Jesucristo puede presentarse ante el Padre y suplicar por sus hermanos los hombres. Es el verdadero, el único, el “Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec” (Hb. 5,10; 6,20). Es el auténtico “mediador entre Dios y los hombres” (1Tm. 2,5), como explica el Catecismo de la Iglesia Católica. (# 1544- 545).
Cristo es el único Salvador del mundo.
Celebrar a Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, nos llena de alegría. El altar recibe la Sangre del Cordero. El Sacerdote que ofrece, que se ofrece como Víctima, es el Hijo de Dios e Hijo de los hombres. El Padre, desde el cielo, mira a su Hijo, el Cordero que quita el pecado del mundo, el Sumo Sacerdote que se compadece de sus hermanos. El pecado queda borrado, el mal ha sido vencido, porque el Hijo entregó su vida para salvar a los que vivían en tinieblas y en sombras de muerte (Lc. 1,79).
Podemos, entonces, subir al monte del Señor, acercarnos al altar de Dios, participar en el Banquete, tocar al Salvador. Como en la Última Cena, Jesús nos dará su Cuerpo y su Sangre. Como a los Apóstoles, lavará nuestros pies, y nos pedirá que le imitemos: “Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve” (Lc.  22,27). “Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros” (Jn. 13,15).
Ese es nuestro Sumo Sacerdote, el Cordero que salva, el Hijo amado del Padre. A Él acudimos, cada día, con confianza: “Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado. Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para una ayuda oportuna” (Hb. 4,15-16).

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