CORPUS CHRISTI-3 de Junio
Solemnidad 3 de Junio.
Quiero compartirles, una experiencia vivida en mi juventud, en mi primer amor con Jesús, después de algunos años de agnosticismo e indiferencia religiosa.
Durante toda mi vida de “católico” me habían “informado” de Jesús y de la Iglesia, me habían llenado de mucha catequesis, pero nunca me habían llevado a los pies de Jesús. Era difícil amar a quien yo no conocía. En la adolescencia, Dios se convirtió en un estorbo para la diversión. Situación que se agudizó en mis primeros años de vida universitaria.
Como no pretendo contarles todo mi testimonio, sino mi redescubrimiento del valor de la Eucaristía, les resumo que a través del testimonio de mi hermano gemelo, que tuve la oportunidad de tener una experiencia personal con Jesús, y de integrarme a la experiencia de fe comunitaria vivida en los grupos de oración de la Renovación Carismática Católica. Bendita Renovación, que no solamente me trajo de nuevo a la Iglesia sino que, bajo su espiritualidad, me hice sacerdote.
Transcurría el año de 1980 cuando, con ese hambre de querer conocer más al Señor, llegó a la ciudad de Lima, la experiencia de los “Campamentos de Fe y Oración” (CFO); traídos a Suramérica por la Hna. Georgina Gamarra, misionera Maryknoll, retiros ecuménicos de régimen cerrado (3 días), dictados por un pastor evangélico y un sacerdote católico. Cabe aclarar que el retiro contaba con la aprobación de las respectivas autoridades eclesiásticas y en él participaron varios sacerdotes. Recuerdo entre ellos al P. Gerardo Alarco de Lima y a los PP. Humberto Muñoz y Jean Marie, venidos de Santiago de Chile e interesados en llevar el CFO a la ciudad del Mapocho.
El día que una evangélica
me enseñó el valor de la
Eucaristía
En los CFO se vivía un verdadero espíritu ecuménico, que no consistía en callar o negar las diferencias, sino en aceptarlas y respetarlas.
Tanto era así que por las mañanas los católicos que participábamos en él, teníamos nuestra Eucaristía diaria, mientras los hermanos evangélicos tenían en otro salón, su devocional matutino.
Sin embargo, un gesto que me llamó la atención fue constatar que algunos hermanos evangélicos preferían acompañarnos en nuestra Eucaristía, que participar en su devocional. Después del desayuno, todas las actividades se hacían en común.
Se vivía un verdadero espíritu de gracia, amor y convivencia. Pero en la mañana del último día que tendría una experiencia que me marcaría para siempre y que aún no he olvidado, después de 25 años de haberla vivido.
El P. Vicente, celebraba la Eucaristía y todo se desenvolvía normalmente, hasta el momento de la comunión. Cuando regresé a mi banca, constaté que la Sra. Bárbara Shanon, esposa del misionero evangélico norteamericano Allan Shanon, quienes servían en el Perú, a través del ILV (Instituto Lingüístico de Verano, dedicado a traducir el Evangelio en las lenguas indígenas de la amazonía), lloraba desconsoladamente en los hombros de su marido. Como aún no llegaba a comprender lo que ocurría, le pregunté a mi amiga Nora de Pestana:
¿Qué le ocurre a Bárbara Shanon? ¿Por qué llora?
Nora volteó la cara hacia ellos y me dijo:
“¿Es que no te das cuenta?”
Yo volví a ver Bárbara, tratando de encontrar la causa, y sorprendido porque no era capaz de descubrir lo que para Nora parecía tan evidente; le volví a inquirir:
– No, no entiendo la causa de su llanto.
La respuesta que me daría Nora, me ha dejado deslumbrado hasta el día de hoy:
“Ella llora, por que NO PUEDE COMULGAR, por que ama al Señor, nos ama a nosotros los católicos, pero no puede comulgar porque la Iglesia Católica la reserva exclusivamente a los bautizados católicos y Bárbara no lo es”.
Hasta el día de hoy las palabras de Nora Pestana resuenan en mi memoria y en mi corazón. Bárbara lloraba porque no podía recibir la Eucaristía, cuando en el mundo, miles de millones de católicos que pueden hacerlo, no lo hacen, por pereza, por desidia, por indiferencia; y ¡aquí, hay una mujer que ama a Cristo y que sin embargo le es negada la comunión!
Es increíble, esa mañana de verano del 1980 una mujer evangélica me había dado, sin quererlo y ¡aún sin saberlo, ¡el testimonio más grande que he recibido de amor a la Eucaristía!
Mi querido hermano, tú que lees estas líneas, que eres un bautizado católico y tienes el don y el privilegio de recibir al Amor de tus Amores, todos los días en la Eucaristía, ¿Lo estás haciendo? Te das el lujo de permitir que un pecado te aleje de la comunión y dejas pasar días, sino meses y hasta años sin comulgar, cuando a otros les es negado ese privilegio. ¿Te das cuenta de lo que eso significa?
Nuestro Señor Jesucristo lo dijo claramente:
“Yo soy el pan vivo, bajado del cielo.
Si uno come de este pan, vivirá para siempre;
y el pan que yo le voy a dar,
es mi carne por la vida del mundo”.
Discutían entre sí los judíos y decían:
“¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”
Jesús les dijo:
“En verdad, en verdad os digo:
si no coméis la carne del Hijo del hombre,
y no bebéis su sangre,
no tenéis vida en vosotros.
El que come mi carne y bebe mi sangre,
tiene vida eterna,
y yo le resucitaré el último día”.
Juan 6, 51-54
Querido lector, el versículo que quiero resaltar es el 54. En él categóricamente Nuestro Señor Jesucristo nos dice que LA VIDA ETERNA y la RESURRECCIÓN del último día, están íntimamente ligados con la recepción de la Eucaristía. Recibirla es garantizar la Vida Eterna.
Pero este versículo, al afirmar una verdad tan radical, también nos habla de su defecto: Descuidar la recepción de la Eucaristía, por cualquier motivo, pone en riesgo nuestra Salvación y la vida Eterna. ¡Habías caído en la cuenta de esta verdad tan importante!
No busco con esto que te acerques a la comunión por temor a la condenación, porque sería lo más lejano al objetivo que tuvo nuestro Señor con su institución. La Eucaristía es el mayor signo de su amor, dar la vida por nosotros.
Como lo afirma la Encíclica ECCLESIA DE EUCARISTIA:
Con razón ha proclamado el Concilio Vaticano II que el Sacrificio eucarístico es “fuente y cima de toda la vida cristiana”. “La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo”. Por tanto la mirada de la Iglesia se dirige continuamente a su Señor, presente en el Sacramento del altar, en el cual descubre la plena manifestación de su inmenso amor. (E.E. 2)