“Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado”
P. Óscar Tulio Londoño. CJM
Vicario de Santa María del Paraíso
Solemnidad 24 de diciembre
El nacimiento
“Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado”
Qué celebramos en Navidad. Un nacimiento. El nacimiento de Jesús. ustedes, por estos lares, dicen, su cumpleaños. ¡El cumpleaños de Jesús!
Bien, en Navidad no celebramos un nacimiento sino El Nacimiento, con MAYÚSCULA, porque, dado quien nace; en Él y por Él cuanto no existía fue llamado a la existencia; en Él y por Él son todas las cosas (cf. Colosenses 1, 15-17).
También celebramos, por tanto, y por decirlo así, la revaloración de la vida humana, en unos escenarios culturales que aprecian más la vida de una mascota, gato o perro.
A este respecto, sorprende este año 2024, en el cual un diario de orden nacional fue reiterativo en su última página, segmento ‘Busco un Hogar’, en la invitación a la adopción de animales, y bajo el motivo, básicamente, de que adoptarlos es salvar vidas. Las vidas, entre otros, de: Bronco, Venus, Tordel, Flavio, Juan Nieves, Panchito, Ziggy, Tutifruti, Gaia, Nutella, Poroto.
El Papa Francisco ha tenido varios pronunciamientos provida humana, oportunamente, valgan los dos siguientes:
El primero, en el marco de su viaje apostólico a Timor Oriental (9-11 de septiembre de 2024), y precisamente comentando el epígrafe supra: “Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado” (Isaías 9,5)
Detengámonos a reflexionar sobre esta imagen. Dios hace brillar su luz salvadora a través del don de un hijo.
En todas partes el nacimiento de un hijo es un momento luminoso, un momento de alegría y de fiesta, y a veces nos provoca también buenos deseos: de renovarnos en el bien, volver a la pureza y a la sencillez.
Ante un recién nacido, incluso el corazón más duro se conmueve y se llena de ternura.
La fragilidad de un niño lleva siempre un mensaje tan fuerte que toca incluso los ánimos más endurecidos, trayendo consigo movimientos y propósitos de armonía y serenidad. ¡Es maravilloso, hermanos y hermanas, lo que pasa cuando nace un bebé!
La cercanía de Dios es a través de un niño. Dios se hace niño y no es sólo para asombrarnos y conmovernos, sino también para abrirnos al amor del Padre y dejarnos modelar por Él.
Para que Él pueda sanar nuestras heridas, arreglar nuestras divergencias, poner en orden la existencia” (Santa Misa, Homilía del Santo Padre. Explanada de Tasitolu, Dili, Timor Oriental, martes, 10 de septiembre de 2024).
El segundo, en el marco de una audiencia en la Santa Sede, al Equipo del Proyecto Esperanza del Consejo Episcopal Latinoamericano (C.E.L.AM.)
“La llegada de cada recién nacido suele ser sinónimo de una alegría que nos embarga de forma misteriosa, y que renueva la esperanza. Es como si percibiéramos, sin saber explicarlo, que cada niño es anuncio del Nacimiento de Belén.
Tal vez por ello, el Señor, en la pedagogía de su Evangelio, quiso hacernos partícipes de un dolor que, por ser la antítesis de esa alegría, nos conmociona de manera brutal: “Se escucha un grito en Ramá, gemidos y un llanto amargo: Raquel, que llora a sus hijos, no quiere ser consolada, pues se ha quedado sin ellos” (Jeremías 31,15).
Un antiguo autor citado por santo Tomás interpretaba este texto diciendo que el primer gemido se refería a los niños, los santos inocentes, y su dolor cesaba con la muerte, mientras el llanto amargo era el lamento de las madres “que se renueva siempre con la memoria” (Catena Aurea Mateo 2,17-18).
El texto de san Mateo prosigue con la huida a Egipto, casi como diciendo que un mal tan grande aleja de nosotros a Jesús, le impide entrar en nuestro hogar, tener sitio en nuestra posada. Pero no debemos perder la esperanza, el mal no tiene la última palabra, nunca es definitivo. Como el ángel en el sueño de san José, Dios nos anuncia que, después de este desierto, el Señor volverá a tomar posesión de su casa” (miércoles, 30 de octubre de 2024).
Así pues, estamos llamados –la Iglesia no tiene cómo obligar– a contemplar y a cuidar, EN CRISTO, el misterio de la vida humana, que no propiamente animal. Esto sí denota una auténtica cultura; un auténtico humanismo. Y ello, como precisa cierta columnista, Judith Pinos Montenegro, en sus dos extremos más vulnerables: “la niñez y la vejez. (…) Si la niñez no tiene acceso a alimentación, educación y espacios seguros, los países embargan su futuro. Y si los estados descuidan a sus viejos simplemente, son ingratos e inhumanos. Pero no es solo labor del Estado, sino de toda la sociedad” (El Universo. Martes 29 de octubre de 2024, Desde Ecuador hasta Argentina, columna de opinión, pág. 11).
Señor Jesús,...
que al hacerte hombre quisiste pasar por la infancia, concédenos honrarte en tu pobreza y en tu debilidad, y seguirte en tu sencillez, obediencia y caridad, para que después de imitar tu pequeñez en la tierra, seamos testigos de tu grandeza en el cielo. Amén.
(Oremos con san Juan Eudes, pág. 50)