Mes del Santo Rosario y de las Misiones
P. Óscar Tulio Londoño, cjm
Vicario de Santa María del Paraíso
Memoria, Mes de octubre
Mes del Santo Rosario y de las Misiones
Se dice de octubre mes de las Misiones y de santa Teresita de Lisieux (+1897), su patrona, juntamente con san Francisco Javier (+1552). También mes del Rosario (que no propiamente misionero), por el 7 de octubre, día de Nuestra Señora del Rosario, aniversario de la batalla naval de Lepanto (1571), victoria obtenida por los cristianos frente a los turcos, atribuida a la intercesión de la Virgen María, invocada a través del rezo del Santo Rosario, que, en su momento, describiría así cierto autor: “Quince -actualmente veinte- escenas escogidas de la vida de Jesucristo, hechas oración y vida nuestra, bajo la mirada de la Virgen; eso es el Rosario con su perenne fragancia bienhechora” (Valeriano Ordoñez, s.j. Los Santos. Noticia diaria. Barcelona, Herder, 1980, pág. 340).
Bien, la misión del cristiano -de todo cristiano, sin excepción-, en poco, y dicho en los términos del Apóstol de los gentiles, es ser en el mundo otro Cristo (cf. Gálatas 2, 20). Santa Teresita, leyendo a Pablo mismo, en la Primera carta
los corintios, capítulos 12 y 13, lo diría a su modo: “En el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor; así lo seré todo y mi deseo -quiso ser mártir (entiéndase: martirio cruento; martirio de sangre)- se verá colmado”.
De los evangelios sinópticos, en su orden canónico, Mateo, Marcos, Lucas; el más universalista, por decirlo así, es precisamente este último, con dos pasajes de envío misionero: el de los Doce (Lucas 9, 1-6) y el de los setenta y dos (Lucas10, 1-10); lo que tiene como base la misión misma de Jesús, iniciada en Galilea: “Jesús volvió a Galilea llevado por la fuerza del Espíritu, y su fama se divulgó por toda esa región” (Lucas 4, 14), y leída en la sinagoga de Nazaret: “Fue a Nazaret, donde se había criado, y, según su costumbre, entró un sábado en la sinagoga y se puso de pie para hacer la lectura” (Lucas 4, 16), a la luz del profeta Isaías: “Le entregaron el volumen de Isaías, el profeta, y -al desenrollarlo- encontró el texto donde estaba escrito:
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dejar en libertad a los oprimidos, y a proclamar un año de gracia del Señor” (Lucas 4, 17-20).
Misión compendiada en la misma obra lucana (Hechos 10), tras la Pascua, en boca de Pedro en casa de Cornelio, en estos términos:
“Dios envió su Palabra anunciando a los israelitas la Buena Noticia de la paz por medio de Jesucristo, que es el Señor de todos. Ustedes saben lo que sucedió en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicaba Juan. Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, que pasó haciendo el bien y sanando a todos los que estaban oprimidos por el Diablo, porque Dios estaba con él” (Hechos 10, 36-38).
Citemos aparte el versículo 39a: “Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la región de los judíos y en Jerusalén”, para enlazarlo con lo siguiente del Papa Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi (8 de diciembre de 1975): “Nacida… de la misión de Jesucristo, la Iglesia es a su vez enviada por Él. La Iglesia permanece en el mundo hasta que el Señor de la gloria vuelva al Padre. Permanece como un signo, opaco y luminoso al mismo tiempo, de una nueva presencia de Jesucristo, de su partida y de su permanencia. Ella lo prolonga y lo continúa. Ahora bien, es ante todo su misión y su condición de evangelizador lo que ella está llamada a continuar. Porque la comunidad de los cristianos no está nunca cerrada en sí misma” (15c).
Este ser-hacer el testigo, discípulo-misionero (la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, CELAM, o Conferencia de Aparecida, Brasil, en 2007, recuperó para nosotros esta categoría), no es proselitismo, que tanto han insistido los últimos pontífices, recientemente, por ejemplo, el Papa Francisco en estos términos: “(…) anunciar el Evangelio no significa imponer o contraponer la propia fe a la de los demás, no significa hacer proselitismo, significa, más bien, dar y compartir la alegría del encuentro con Cristo (cf. 1 Pedro 3,15-17), siempre con gran respeto y afecto fraterno por cada persona” (Viaje apostólico a Indonesia. Miércoles 4 de septiembre de 2024. Encuentro con los obispos, sacerdotes, diáconos, personas consagradas, seminaristas y catequistas); sino un bautizado consciente de su ser nuevo en Cristo; san Juan Eudes (+1680), en vertiente paulina, diría:
configurado con Él; que lo evidencia -lo encarna- con su vida. Como recientemente también lo expresaba el Papa Francisco, bajo la categoría paulina de “buen olor de Cristo/fragante aroma de Cristo” (2 Corintios 2, 15), de la siguiente manera: “(…) una persona que vive con alegría su unción (con el santo Crisma en nuestro Bautismo) perfuma a la Iglesia, perfuma a la comunidad, perfuma a la familia con este perfume espiritual.
Sabemos que, por desgracia, a veces los cristianos no difunden el perfume de Cristo, sino el mal olor de su pecado (…) el pecado nos aleja de Jesús, el pecado nos convierte en aceite malo (…). Y esto, sin embargo, no debe desviarnos del compromiso de realizar, en la medida de lo posible y cada uno en su entorno, esta vocación sublime de ser el buen olor de Cristo en el mundo. El perfume de Cristo emana de los «frutos del Espíritu», que son «amor, alegría, paz, magnanimidad, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Gálatas 5, 22). Esto lo dijo Pablo, y qué bonito es encontrar una persona que tenga estas virtudes: una persona con amor, una persona alegre, una persona que crea la paz, una persona magnánima, no tacaña, una persona benévola que acoge a todos, una persona buena (…) una persona fiel, una persona mansa, que no esté orgullosa… Si nos esforzamos por cultivar estos frutos y cuando encontremos a estas personas entonces, sin que nos demos cuenta, alguiensentirá a nuestro alrededor un poco de la fragancia del Espíritu de Cristo. Pidamos al Espíritu Santo que nos haga más conscientes ungidos, ungidos por Él”. (Audiencia general. Miércoles 21 de agosto de 2024. Catequesis. El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo guía al Pueblo de Dios al encuentro con Jesús, nuestra esperanza. 6. “El Espíritu del Señor está sobre mí”. El Espíritu Santo en el Bautismo de Jesús).
Cerremos con san Juan Eudes (1601-1680):
ADOREMOS a Dios que envía a su Hijo al mundo, y a Jesucristo que envía a sus apóstoles, como el Padre lo envió.
AGRADEZCAMOS a nuestro Salvador el misterio de su Encarnación, el haber fundado su Iglesia, y el hacernos participes de su misión.
PIDAMOS PERDÓN por haber sido negligentes en el cumplimiento de nuestra misión, y por no haber obrado como sus enviados.
ENTREGUÉMONOS a Él para que nos colme del espíritu misionero con que anima a su Iglesia.
(Oremos con san Juan Eudes, pág. 73).