La Conmemoración de los fieles difuntos – 3 de noviembre

Memoria 3 de noviembre

La Conmemoración
de los fieles difuntos

Muchos cristianos tienen concepciones erróneas sobre el misterio de la muerte. Piensan que es el destino final de la vida terrena. Por ello, en este artículo deseamos compartir algunas pinceladas de la enseñanza de la Iglesia.

El regreso hacia la Casa del Padre

Memoria 3 de noviembre

La Conmemoración
de los fieles difuntos

El regreso hacia la Casa del Padre

Muchos cristianos tienen concepciones erróneas sobre el misterio de la muerte. Piensan que es el destino final de la vida terrena. Por ello, en este artículo deseamos compartir algunas pinceladas de la enseñanza de la Iglesia.

1. La resurrección de Cristo vino a iluminar y a darle un nuevo sentido.
La muerte fue transformada por Cristo. Jesús, el Hijo de Dios, sufrió también la muerte, propia de la condición humana. Pero, a pesar de su angustia frente a ella (Mc 14, 33-34; Hb 5, 7-8), la asumió en un acto de sometimiento total y libre a la voluntad del Padre. La obediencia de Jesús transformó la maldición de la muerte en bendición (Rm 5, 19-21).
Como nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica en el numeral 1010: “Gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo. “Para mí, la vida es Cristo y morir una ganancia” (Flp 1, 21). “Es cierta esta afirmación: si hemos muerto con Él, también viviremos con Él” (2 Tm 2, 11). La novedad esencial de la muerte cristiana está ahí: por el Bautismo, el cristiano está ya sacramentalmente “muerto con Cristo”, para vivir una vida nueva; y si morimos en la gracia de Cristo, la muerte física consuma este “morir con Cristo” y perfecciona así nuestra incorporación a “Él en su acto redentor”.
2. La visión cristiana de la muerte (1 Ts 4, 13-14).
Esta visión se expresa de modo privilegiado en la liturgia de la Iglesia: “La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo” (Prefacio de difuntos: la esperanza de la resurrección en Cristo, MR).
En el libro de la Sabiduría (3, 1-9), el autor sagrado nos enseña que “los que son fieles a su amor, permanecerán a su lado porque Dios ama a sus elegidos y cuida de ellos”. Dicha verdad se complementa con el evangelio de san Juan (14, 1-6) el cual nos revela que en la casa del Padre hay muchas habitaciones; el mismo Jesús resucitado las ha preparado para los que le reconocen como el camino la verdad y al vida. Esta es la gran promesa y la gran esperanza que el Señor promete a cuantos hayan creído en Él.

El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha. Vivir en el cielo es “estar con Cristo” (Jn. 14, 3; Flp. 1, 23; 1 Ts. 4,17). Los elegidos viven “en Él”, aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre (Ap 2, 17). «Pues la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la vida, allí está el reino» (San Ambrosio).
Por su muerte y su Resurrección Jesucristo nos ha “abierto” el cielo. La vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de la redención realizada por Cristo, quien asocia a su glorificación celestial a aquellos que han creído en Él y que han permanecido fieles a su voluntad. El cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a Él. (C. I. C. 1023-1026).
En este tiempo que vivimos, esta sociedad ya no reflexiona en esta verdad revelada. Hoy, es necesario que creamos que el cielo realmente es el destino final y nuestra morada definitiva. Creámoselo a Jesús. Creámosle que él nos tiene preparada una morada en el cielo. El Papa emérito Benedicto XVI nos enseñó: “Tenemos que pensar en esta línea si queremos entender el objetivo de la esperanza cristiana, qué es lo que esperamos de la fe, de nuestro ser con Cristo” (Spe Salvi, 12). Por el contrario seremos pobres ilusos sin un horizonte destinados a la nada al sin sentido.
Estimados lectores, al celebrar la conmemoración de los fieles difuntos, renovemos nuestra fe en Cristo, que tengamos claro nuestro horizonte de vida, nuestra meta que es estar con el Amado y pidámosle que reciba en el cielo a quienes a lo largo de este año han partido y duermen ya ahora el sueño de la paz, que a nosotros nos conceda anhelar el día glorioso en el que por su misericordia, nos presentemos cara a casa con él. Que la Virgen María, ruegue por nuestros difuntos y por nosotros en la hora de nuestra muerte. Amén.
¡Alabado sea Jesucristo!

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